http://cultura.elpais.com/cultura/2012/12/24/actualidad/1356359248_461725.html
Cuba convierte el oficio más singular de las fábricas de puros en Patrimonio Cultural y aspira a que la UNESCO la incluya también en su lista
Hay muchas cosas que representan la cubanía. Y entre las que más, la
trova tradicional y la cultura del tabaco, que además son dos formas de
vida. No por causalidad en septiembre Cuba elevó el Son a la categoría
de Patrimonio Cultural de la nación. Y ahora ha sido el lector de
tabaquería la figura distinguida.
El hecho lo oficializó el Consejo Nacional de Patrimonio de Cuba, que reconoció así la importancia cultural y la singularidad de este oficio literario que no existe en ninguna otra parte. Ahora Cuba aspira a que la lectura de tabaquería sea incluida por la UNESCO en su lista de Patrimonio Intangible de la Humanidad.
En todas las galeras de las fábricas de tabaco hay una tarima y una silla reservada al lector, que cada día lee a los torcedores la prensa diaria y literatura de muy diverso tipo. Hace años, durante una visita a la fábrica de puros Partagás, fundada en 1845 a un costado del Capitolio Nacional, este periodista pudo comprobar el calentón de los trabajadores con la aventura tórrida de Julián Sorel y la hija del marqués de La Mole, Matilde, durante la lectura de Rojo y Negro, de Stendhal. Llevaban ya varios capítulos leídos y los tabaqueros se sabían de memoria las peripecias de los personajes. Matilde estaba a punto de quedar embarazada y Julián de ascender en la pirámide social, pero varios torcedores confesaron no resistir el lento ritmo del lector: se habían comprado la novela para conocer el final.
Siempre se leyó buena literatura en las fábricas de labor, aunque también horóscopos, recetas de cocina, manifiestos políticos, prensa conservadora y liberal y las curiosidades más diversas, incluidos densos tochos soviéticos cuando el realismo socialista se coló en Cuba por la puerta grande. Desde el principio, la elección de los materiales de lectura fue objeto de bronca. En la época de la colonia pesaban las inercias y pretendieron imponerse sesudos tratados sobre la historia de España. Sin embargo, en algunas fábricas con administraciones y sindicatos más abiertos entraban las obras de Dostoievski, Víctor Hugo y Zola, y se empezó a catalizar la conciencia social del gremio. El Quijote de Cervantes o volúmenes de Dumas y de William Shakespeare tuvieron también aceptación, e incluso algunos de sus personajes pasaron a convertirse en vitolas famosas, como Sancho Panza o Romeo y Julieta.
La lectura en las tabaquerías se introdujo en La Habana el año de 1865 en la fábrica El Fígaro. La iniciativa fue impulsada por el político liberal Nicolás Azcárate, quien tenía relación con el líder obrero asturiano Saturnino Martínez, que aprendió en Cuba el oficio de tabaquero y llevó la lectura a las fábricas con el objetivo de aliviar las largas y aburridas jornadas de los torcedores.
Resultó que estos conocimientos fueron dejando poso ideológico y convirtieron al sector tabaquero en un colectivo aguerrido y proclive a las ideas de la independencia. José Martí recibió el apoyo incondicional de los tabaqueros de Tampa en su lucha contra España. “La mesa de lectura de cada tabaquería fue tribuna avanzada de la libertad”, aseguró el Héroe Nacional de Cuba. El activismo llegó al punto de que, por miedo, llegaron a censurarse libros “contaminadores” y hasta el oficio del lector de tabaquería fue vetado en ocasiones, la primera de ellas por mandato del Capitán General Francisco Lersundi y Ormachea (1867-1869).
Siglo y medio después, entre artículos militantes del diario comunista Granma y de Juventud Rebelde, en las fábricas de tabaco de Cuba continúan leyéndose los libros de siempre, incluido El rojo y el negro y las aventuras escritas por Alejandro Dumas. De tanto escuchar los tabaqueros las peripecias de Edmundo Dantes surgió la marca de habanos más famosa del mundo, los Montecristo, y así muchas historias más.
El hecho lo oficializó el Consejo Nacional de Patrimonio de Cuba, que reconoció así la importancia cultural y la singularidad de este oficio literario que no existe en ninguna otra parte. Ahora Cuba aspira a que la lectura de tabaquería sea incluida por la UNESCO en su lista de Patrimonio Intangible de la Humanidad.
En todas las galeras de las fábricas de tabaco hay una tarima y una silla reservada al lector, que cada día lee a los torcedores la prensa diaria y literatura de muy diverso tipo. Hace años, durante una visita a la fábrica de puros Partagás, fundada en 1845 a un costado del Capitolio Nacional, este periodista pudo comprobar el calentón de los trabajadores con la aventura tórrida de Julián Sorel y la hija del marqués de La Mole, Matilde, durante la lectura de Rojo y Negro, de Stendhal. Llevaban ya varios capítulos leídos y los tabaqueros se sabían de memoria las peripecias de los personajes. Matilde estaba a punto de quedar embarazada y Julián de ascender en la pirámide social, pero varios torcedores confesaron no resistir el lento ritmo del lector: se habían comprado la novela para conocer el final.
Siempre se leyó buena literatura en las fábricas de labor, aunque también horóscopos, recetas de cocina, manifiestos políticos, prensa conservadora y liberal y las curiosidades más diversas, incluidos densos tochos soviéticos cuando el realismo socialista se coló en Cuba por la puerta grande. Desde el principio, la elección de los materiales de lectura fue objeto de bronca. En la época de la colonia pesaban las inercias y pretendieron imponerse sesudos tratados sobre la historia de España. Sin embargo, en algunas fábricas con administraciones y sindicatos más abiertos entraban las obras de Dostoievski, Víctor Hugo y Zola, y se empezó a catalizar la conciencia social del gremio. El Quijote de Cervantes o volúmenes de Dumas y de William Shakespeare tuvieron también aceptación, e incluso algunos de sus personajes pasaron a convertirse en vitolas famosas, como Sancho Panza o Romeo y Julieta.
La lectura en las tabaquerías se introdujo en La Habana el año de 1865 en la fábrica El Fígaro. La iniciativa fue impulsada por el político liberal Nicolás Azcárate, quien tenía relación con el líder obrero asturiano Saturnino Martínez, que aprendió en Cuba el oficio de tabaquero y llevó la lectura a las fábricas con el objetivo de aliviar las largas y aburridas jornadas de los torcedores.
Resultó que estos conocimientos fueron dejando poso ideológico y convirtieron al sector tabaquero en un colectivo aguerrido y proclive a las ideas de la independencia. José Martí recibió el apoyo incondicional de los tabaqueros de Tampa en su lucha contra España. “La mesa de lectura de cada tabaquería fue tribuna avanzada de la libertad”, aseguró el Héroe Nacional de Cuba. El activismo llegó al punto de que, por miedo, llegaron a censurarse libros “contaminadores” y hasta el oficio del lector de tabaquería fue vetado en ocasiones, la primera de ellas por mandato del Capitán General Francisco Lersundi y Ormachea (1867-1869).
Siglo y medio después, entre artículos militantes del diario comunista Granma y de Juventud Rebelde, en las fábricas de tabaco de Cuba continúan leyéndose los libros de siempre, incluido El rojo y el negro y las aventuras escritas por Alejandro Dumas. De tanto escuchar los tabaqueros las peripecias de Edmundo Dantes surgió la marca de habanos más famosa del mundo, los Montecristo, y así muchas historias más.